El martes 26 de abril  AMPAFilms proyectó la película Hysteria en la biblioteca del centro. A continuación, la AMPA os presenta la síntesis de la película y un documento con las enfermedades que se diagnosticaban a las mujeres en el siglo XIX. También puedes ver las fotos de la actividad.

Aunque hoy en día nos parezca increíble esto ocurrió no hace mucho:

Estamos en la Inglaterra victoriana de finales del siglo XIX y el  doctor  Joseph  Mortimer Granville inventa el  primer consolador eléctrico para tratar lo que se conocía como histeria femenina, cuyos síntomas incluían insomnio, retención de fluidos, pesadez abdominal, espasmos musculares, irritabilidad o pérdida de apetito.

Hysteria’ (2011) se lleva con talante humorístico y cierta ligereza, pero no por ello pierde la capacidad para emitir una crítica  social  feminista  de  peso, ya  que  el personaje  de mayor importancia no persigue su disfrute sexual, sino una igualdad mucho más importante: en la política, en el trabajo y en la familia.

ENFERMEDADES FEMENINAS DEL SIGLO XIX

LA HISTERIA

La historia de la histeria se remonta a la antigüedad. Fue descrita tanto por el filósofo Platón como por el médico Hipócrates y se encuentra recogida antes en papiros egipcios.

Histeria viene del griego Hyaterá, que significa matriz o útero, con lo cual la histeria era una enfermedad propia de las mujeres.

En la época de Hipócrates, se creía que el útero era un órgano móvil, que deambula por el cuerpo de la mujer, causando enfermedades a la víctima cuando llega al pecho. A este desplazamiento se le atribuían los trastornos sintomáticos, esto es, la sofocación o las convulsiones.

Galeno, importante médico del siglo II, escribió que la histeria era una enfermedad causada por la privación sexual en mujeres particularmente pasionales. La histeria se diagnosticó frecuentemente en vírgenes, monjas, viudas y, en ocasiones, mujeres casadas. La prescripción en la medicina medieval y renacentista era el coito si estaba casada, el matrimonio si estaba soltera y el masaje de una comadrona como último recurso.

La histeria femenina, era una enfermedad diagnosticada en la medicina occidental hasta mediados del siglo XIX. En la era victoriana fue el diagnóstico habitual de un amplio abanico de síntomas, que incluían desfallecimientos, insomnio, retención de fluidos, pesadez abdominal, espasmos musculares, respiración entrecortada, irritabilidad, fuertes dolores de cabeza, pérdida de apetito y «tendencia a causar problemas

Las pacientes diagnosticadas con histeria femenina debían recibir un tratamiento conocido como «masaje pélvico», estimulación manual de los genitales de la mujer por el doctor hasta llegar al orgasmo que, en el contexto de la época, se denominaba «paroxismo histérico», al considerar el deseo sexual reprimido de las mujeres una enfermedad.

El único problema era que los médicos no disfrutaban con la tediosa tarea del masaje que debían practicarse hasta que los pacientes alcanzaran el paroxismo histérico, lo que hoy llamamos orgasmo. Una solución fue la invención de los aparatos para proporcionar masajes. Desde 1870 los médicos dispusieron del primer vibrador mecánico y se convirtió en  un accesorio popular en los complejos de balnearios de lujo de Europa y los Estados Unidos.

A finales del siglo XIX la difusión de la electricidad en el hogar facilitó la llegada del vibrador al mercado de consumo. El atractivo de un tratamiento más barato en la intimidad del propio hogar hizo que el vibrador alcanzase una cierta popularidad. De hecho, el vibrador eléctrico llegó al mercado mucho antes que otros dispositivos «esenciales»: nueve años antes que el aspirador y diez años antes que la plancha eléctrica.  Una página del catálogo de la compañía internacional Sears, Roebuck and Company de electrodomésticos de 1918 incluye un anuncio para un vibrador portátil con accesorios, descrito como «muy útil y satisfactorio para el uso casero».

CARA DE BICICLIETA, la enfermedad ficticia para disuadir a las mujeres de andar en bicicleta.

Labios demacrados, ojeras, ojos saltones, mandíbula apretada, rostro de cansancio… Esos eran los síntomas de un mal que acechaba a la sociedad europea a finales del siglo XIX: la “cara de bicicleta”, una enfermedad que podía afectar a quienes hicieran uso de sus bicicletas para desplazarse. Pero especialmente a las mujeres.

Sin embargo, solo se trataba de una enfermedad ficticia que los médicos de la época se inventaron para disuadir a las mujeres de montar en bicicleta.

Pero, ¿por qué tanto en empeño en que las mujeres dejasen de lado esos artilugios tan de moda y tan prácticos llamados bicicletas? En la última década del siglo XIX las bicicletas se volvieron instrumento del feminismo: las mujeres podían moverse libremente por las ciudades, más allá de sus hogares, y además, las bicicletas ayudaron a avivar el movimiento de la reforma de la vestimenta femenina, que buscaba eliminar las restricciones victorianas de la ropa –tanto exterior como interior- de manera que las mujeres pudieran vestir prendas que les permitieran participar en actividades físicas. Las mujeres fueron liberándose de los corsés y las faldas hasta los tobillos se sustituyeron por los rompedores pantalones bombachos.

La feminista y líder del movimiento estadounidense de los derechos civiles Susan B. Anthoy describió en una entrevista de 1896 para el New York World que la bicicleta había hecho por la emancipación de la mujer más que ninguna otra cosa en el mundo.

Para los hombres, la bicicleta en sus comienzos era un mero juguete, pero para las mujeres, se trataba de un corcel con el que poder cabalgar hacia un nuevo mundo”, relataba la revista Munsey el mismo año.

Pero muchos hombres de la época no vieron con muy buenos ojos la independencia que la bicicleta estaba otorgando a las mujeres, tanto a nivel de movilidad como de pensamiento. De modo que algunos médicos empezaron a hablar de los perjuicios que la actividad ciclista para intentar evitar que el público femenino siguiera montando en bici; y se inventaron el mal llamado “cara de bicicleta”; la cara que se te queda por andar en bicicleta.

Para algunos médicos, la enfermedad era permanente, mientras otros decían que, tras una temporada sin montar en bici, la “cara de bicicleta” acababa por desaparecer.

El doctor A. Shadwell habló mucho de los peligros de andar en bici para las mujeres, “una moda a la que personas en baja forma para cualquier actividad física se habían sumado”.

Sin embargo, a medida que el nuevo siglo amenazaba con su llegada, muchos médicos empezaron a cuestionar públicamente esta enfermedad ficticia, destacando que la cara de esfuerzo de los ciclistas solo se daba entre los principiantes; pero que a medida que iban cogiendo práctica, lograban medir su esfuerzo muscular y adquirían una mayor confianza y agilidad sobre la bicicleta. Es más, hablaban de los beneficios que esta actividad física aportaba a la salud.

Y como no podía ser de otra manera, este cuento alimentado por los médicos de la época fue cayendo por su propio peso.

LOS VAPORES FEMENINOS

Los “vapores” eran un diagnóstico un tanto difuso que comprendía todo tipo de desmayos, cambios de humor y hasta el síndrome premenstrual. Una dolencia ambigua que solían padecer con asiduidad las nuevas sufragistas del siglo XIX, un deseo por votar democráticamente que fue visto como parte de un desorden nervioso propio de enfermos mentales. La cura para esta patología era reposo, cama y sales aromáticas para reconfortar el espíritu.

LA NEURASTENIA. La neurastenia era un término utilizado a partir del 1800 para describir cuadros de ansiedad vaga, fatiga, depresión y palpitaciones. La causa de esta enfermedad era el nuevo y frenético ritmo de vida propio del siglo XIX, unas tensiones que según los médicos, al sexo femenino le ocasionaba problemas por soportarlos. En 1829 la neurastenia era muy popular, y miles de mujeres fueron diagnosticadas de ella, como la famosa escritora Virginia Woolf.

LA SOBRECARGA DE EMOCIONES

El médico llamado Walter Freeman, determinó que la mejor manera de tratar a una mujer excesivamente emocional era cortar sus nervios cerebrales.

Así en 1936, Freeman realizó su primera lobotomía a una ama de casa convirtiéndola en una esposa dócil y servicial. Tras ella, le siguieron muchas más. Según los datos en 1950 más de 50.000 estadounidenses ya habían sido lobotomizados.

LOCURA

El término locura provienen del latín vulgar delirare, (de lira ire), que significaba originalmente en la agricultura “desviado del surco recto”, un término que hasta final del siglo XIX se utilizaba para designar un comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas.

En la Inglaterra del siglo XIX los manicomios y sanatorios mentales estuvieran llenos de mujeres.

De hecho la locura era tan común que al menor síntoma de que la mujer presentase “inquietud mental”, oposición o desafío hacia su marido o padre, podría ser internada en una institución mental de inmediato.

Esposos y padres utilizaron este siniestro procedimiento para librarse de hijas solteronas, mujeres desobedientes, librepensadoras, madres solteras o esposas con opinión propia.

ÚTERO ERRANTE

El mal del útero errante. Una enfermedad causada por el desplazamiento interno del útero, cambiando la presión interna del cuerpo y provocando vértigo, problemas de rodilla, dolor de cabeza, somnolencia, irregularidades en el pulso, e incluso la muerte.

El tratamiento era tan variopinto como la lista de síntomas, pudiendo curarse con estornudos que lo recolocaban, sales aromáticas en los genitales femeninos, o el mejor remedio: tener un embarazo.